Este año y el presente siglo llevarán el signo, para quienes hemos podido resistir la pandemia, como el tiempo en donde perdimos a muchos sabios y hombres de medicina de los pueblos originarios por causa del coronavirus.
Sin embargo, la historia de los pueblos indígenas es perenne. A lo largo de los diversos siglos que llevamos en resistencia, hemos enfrentado catastróficas enfermedades introducidas por los conquistadores hasta la actualidad. En nuestra memoria como pueblos están grabadas la memoria de la muerte de cientos de miles de hermanos que fueron arrasados por enfermedades como el sarampión, la viruela, taguardillu, las mismas que fueron responsables del exterminio de una gran parte de los pueblos indígenas del continente americano. En combinación con la esclavitud y la conquista, estas enfermedades fueron un arma de la conquista para someter a las poblaciones que se resistían y luchaban contra la invasión.
El historiador W. George Lovell, reconoció el peso de esta tragedia para los pueblos americanos:
“Entre los pueblos indígenas que poblaban todas las tierras de América, desde Canadá hasta la Tierra del Fuego, la penetración europea en el nuevo mundo provocó un colapso demográfico que con toda probabilidad fue el más catastrófico en la historia de la humanidad”
En la actualidad estamos afrontando una nueva amenaza biológica, esta vez provocada por la misma mano del ser humano que no se detiene en su destrucción de los ecosistemas y de la biodiversidad.
La Pandemia del COVID 19, aparecida originalmente en la ciudad de Wuhan en China, se expandió sin control a todos los continentes y llegó al Ecuador en marzo de 2020. Desde su aparición, miles de familias han perdido a sus seres queridos, miles de niños y jóvenes han quedado en la orfandad. Finalmente, el COVID-19 traspasó nuestras fronteras y se instaló en nuestros territorios.
Es allí que los pueblos indígenas amazónicos hemos debido, nuevamente afrontar por nuestra propia cuenta esta renovada amenaza que viene desde el mundo del capital. En este momento, los pueblos originarios estamos desplegando iniciativas para combatir el COVID-19 desde nuestro propio manejo del conocimiento, del manejo de las plantas y de la medicina ancestral. Desde el momento en que esta enfermedad arribó a los territorios amazónicos, las organizaciones y comunidades de varios pueblos y nacionalidades empezamos a generar iniciativas para dar respuestas.
Los pueblos amazónicos somos conocedores del SACHA RUNA YACHAY y mientras los gobiernos y las grandes empresas farmacéuticas han callado y demorado su respuesta frente al avance de la pandemia, la iniciativa de nuestros pueblos para la prevención y la contención de la enfermedad ha ido de la mano del conocimiento comunitario, el mismo que hemos aplicado, como parte de nuestros saberes, y de esta manera hemos salvado muchas vidas de hermanos contagiados. También hemos debido ser testigos de la partida de muchos que no hemos podido salvar y se han ido al otro mundo.
Mientras nosotros vivíamos este proceso, es inevitable preguntar ¿Dónde estuvo el Estado y las autoridades de salud?.
Pues, como siempre, el Estado ecuatoriano estuvo ausente. La carencia de atención médica ha sido tan notoria que mientras nuestros hermanos enfermaban, del Estado sólo se escuchaban los grandes escándalos de corrupción y robo; entonces, a la hora de responder esta pregunta, hemos dicho: “El Estado no ha estado en los territorios de los pueblos indígenas, el Estado ha estado solo para ROBAR los recursos de los territorios, los recursos de la madre tierra: el petróleo, la minería, la madera y otros.
En mi propio cuerpo sentí la impotencia de la situación; al sexto día de los síntomas de la enfermedad sentí la angustia de ver cómo el virus se multiplicaba en mi cuerpo y como se propagaba a otros miembros de mi familia. No teníamos a dónde acudir. Todos los hospitales y centros médicos en las ciudades habían colapsado.
Mi padre, Marco Fidel Santi Gualinga, de 84 años de edad, era la persona que daba las directrices para usar las plantas medicinales. Él se contagió enfermo y no pude salvarlo. Resistió hasta el noveno día y murió. No hubo disponible un solo vuelo en avioneta de emergencia para que pudiera acudir a un hospital.
En ese momento, tomamos la decisión de contactarnos con nuestros amigos y con las organizaciones de la sociedad civil; por ejemplo con la organización Land Is Life que significa Tierra es Vida, con el Consejo de Operaciones Wankavilkas de Emergencia (COWE) del hermano pueblo indígena de la costa ecuatoriana, y con otras ONG’s y amigos que trabajan en el tema de los derechos indígenas y los derechos de la madre tierra. Así logramos gestionar en conjunto algunos insumos médicos como oxígeno de emergencia, fármacos para controlar los síntomas, entre otros materiales con los que procedimos a combinar su uso junto con nuestras plantas medicinales para combatir el COVID-19.
De esta manera, empezamos a compartir nuestra experiencia, y generamos proceso de cooperación muy interesante con otros hermanos de otras latitudes.
La Cuenca Amazónica ha sido el espacio donde la pandemia se expandió aceleradamente. Poblaciones enteras se contagiaron mientras en los centros de salud no había ni el personal, ni los insumos suficientes para responder a la Pandemia. Gracias a la cooperación y al conocimiento sobre la medicina de los pueblos Indígenas, hemos creado brigadas y formado personas que trabajan voluntariamente para reducir el impacto de la enfermedad en nuestro territorio.
En mi comunidad, Sarayaku, cada domingo vienen a mi casa Patricio Aranda y Fausto Aranda para darme de tomar medicina tradicional. Después de esta pandemia hemos aprendido a valorar mucho más nuestro conocimiento, hemos aprendido a luchar juntos, hemos aprendido a hacer comunitario el cuidado de todos, y también hemos aprendido a sincerarnos, a darnos cuenta que los gobiernos de los Estados están ausentes a la hora de cumplir nuestros derechos y sólo han venido a nuestros territorios para robar y dañar a la madre tierra. Hemos aprendido la unidad, la cooperación con otros hermanos del mundo, hemos aprendido que es urgente y necesario seguir protegiendo la selva, la madre tierra, las plantas y nuestro conocimiento.
Hemos aprendido que podemos ganar la batalla por la vida, hemos aprendido que cada minuto de nuestras vidas es valioso y debemos emplearlo en aprender para seguir salvando y protegiendo la Amazonía y este planeta tierra. Hemos aprendido que la dignidad humana es la que más vale.
En mi gran familia hemos resistido 4 hermanos y una hermana el azote de la enfermedad. También nuestros hijos han dado la batalla y han logrado vencer a la pandemia.
El sábado 1 de agosto de 2020, desperté con el sonido de los tambores en mi comunidad. Me di cuenta entonces, que el Pueblo Kichwa Originario de Sarayaku, está derrotando la pandemia del COVID-19. Es posible que muchos no estarán más con nosotros, pero para nuestros hijos esta lección queda marcada como un aprendizaje de fuego, como un banco de conocimiento. Las plantas con las que resistimos a la pandemia, nos recordaron que resistimos a la enfermedad de la soberbia humana, a la enfermedad del abandono y de la irresponsabilidad humana con la madre tierra.
Desde Sarayaku, un territorio vivo en el corazón de la Amazonía ecuatoriana, para todos los hombres y mujeres de la tierra, les entrega este mensaje un sobreviviente a la pandemia del COVID-19.
Marlon Santi